Rasgué la guitarra con una tristeza entubada en la garganta, así que cantar no funcionaba.
Esta mañana deslumbrante despertó mis pies que aman la huida, pero yo nada quería ver, ninguna otra historia vivir en el camino, ningún vocablo resonar, ninguna respuesta pronunciar. Quise estar fuera de aquí, sin irme.
Amarré mis pies, entonces, pero dejé mis manos libres. Me deslicé, me arrastré a la oscuridad, me quedé en la cama para no perder la razón espacial, para no ceder al impulso inmediato que tenía en los pies, me cubrí bajo la sábana, cubrí mis ojos encandilados...solo cubrí aquello que invita a tocar y até eso que con independencia se retira.
Es cierto, pero si, debo aprender a tocar, con miedo y con curiosidad de calor. Invidente. Me da miedo cegar la voluntad de mis manos que también andan y que dejan huellas, que quieren dejar huellas en pieles húmedas, en superficies descubiertas como seres cálidos, en territorios susceptibles de ser conquistados.
¿No es una superficie tímida un lugar de encuentro? ¿No son los labios un territorio cálido pero también agreste? ¿No es el cuerpo un espacio para el silencio lo mismo que para el grito?
El candor se tropieza conmigo y me increpa a confiar. Yo me agazapo en este maldito telar sin nombre.